Empresario, director de varios medios de comunicación, anfitrión de obispos y benefactor de iniciativas sociales, Florencio Aldrey ha mantenido una relación con la Iglesia que se remonta a más de medio siglo.
Desde hace varias décadas, el empresario Florencio Aldrey no solo ha sido protagonista del desarrollo hotelero, mediático y turístico de la ciudad, sino también un actor fundamental –y a menudo discreto– en el fortalecimiento del vínculo entre la Iglesia y la vida pública.
Más allá de su reconocida trayectoria en el ámbito privado, su cercanía con la curia, su presencia habitual en actos litúrgicos y su respaldo permanente a instituciones eclesiásticas configuran una dimensión menos visible pero no menos relevante de su figura.
En tiempos de cambios políticos, tensiones internas y reconfiguración del rol de la Iglesia en la sociedad, Aldrey ha mantenido una relación firme y de mutuo reconocimiento con el mundo eclesial, tanto a nivel local como nacional.
Nacido en La Coruña, Florencio Aldrey llegó a la Argentina en 1949, con apenas 17 años, siguiendo los pasos de tantos inmigrantes gallegos que buscaban reconstruir sus vidas tras la Guerra Civil y la posguerra española. Y en Mar del Plata encontró su lugar en el mundo. Su espíritu emprendedor lo llevó a convertirse en uno de los hoteleros más importantes del país y, más tarde, en editor periodístico.
Un vínculo sostenido con la Iglesia
Lejos de limitarse a su rol empresarial, Florencio Aldrey ha sido un aliado institucional de la Iglesia. Su presencia en eventos litúrgicos, su relación con distintos obispos y su respaldo constante a iniciativas pastorales configuran una relación forjada en la cercanía, la confianza y la continuidad.
Fue anfitrión de innumerables encuentros eclesiásticos en el Hotel Hermitage, donde obispos, sacerdotes, laicos comprometidos y funcionarios se reunieron en diversas ediciones de la Semana Social de la Iglesia, evento que durante casi 40 años tuvo sede permanente en Mar del Plata.
También fue protagonista de momentos simbólicos. En 2011, tras la designación de monseñor Juan Alberto Puiggari como arzobispo de Paraná, organizó en el Hermitage un almuerzo de despedida en su honor, al que asistieron sacerdotes, autoridades eclesiásticas, empresarios y referentes sociales. En ese gesto, no solo hubo hospitalidad, sino reconocimiento al rol pastoral de quien había guiado la diócesis marplatense durante años.
También ha brindado apoyo material a instituciones católicas, así como se puso al frente en más de una oportunidad de grupos empresariales que hicieron su aporte para la restauración de la Catedral de los Santos Pedro y Cecilia, y de centros educativos. Asimismo, en varios momentos críticos, colaboró con el sostenimiento de obras parroquiales y espacios de formación vinculados a Cáritas, la pastoral educativa y actividades de la curia.
El papa Francisco en diálogo con Florencio Aldrey.
La trayectoria de Aldrey ha sido reconocida no solo por sectores empresariales, sino también por organismos estatales y eclesiales. En 2015, el Reino de España le otorgó la Medalla de Oro de la Emigración, destacando su contribución a la integración de la comunidad gallega en Argentina y su labor como impulsor del diálogo entre culturas y generaciones.
En 2024, fue distinguido por el Concejo Deliberante de General Pueyrredon como Ciudadano Ilustre, en un acto cargado de emoción. Allí agradeció a Mar del Plata “por todo lo que me ha dado” y destacó el rol de la Iglesia en la vida de las comunidades: “He visto a la Iglesia estar cuando nadie más estaba. En barrios, hospitales, cárceles, escuelas. Siempre me sentí en deuda con ese testimonio.”
Aunque su epicentro ha sido siempre Mar del Plata, la influencia de Florencio Aldrey ha trascendido los límites geográficos. Por su perfil de empresario arraigado en valores tradicionales, su respaldo a iniciativas culturales y educativas, y su capacidad de tejer vínculos con actores de distintos sectores, su nombre ha sido reconocido por dirigentes políticos, obispos y diplomáticos.
Para muchos, dentro y fuera de la Iglesia, Aldrey representa un tipo particular de laico comprometido: alguien que, sin participar activamente en estructuras pastorales, comprende el papel central de la fe, el cuidado comunitario y la responsabilidad social en la construcción de la ciudadanía. Su cercanía con la Iglesia no ha sido oportunista ni transitoria: es parte de una forma de entender el arraigo, la memoria y el bien común.
En un tiempo donde la desconfianza en las instituciones tiende a crecer, la historia de Florencio Aldrey muestra otro camino posible: el del compromiso interinstitucional, la articulación público-privada con valores sociales, y el diálogo entre fe y acción concreta. En cada Semana Social, en cada misa compartida, en cada homenaje discreto o encuentro estratégico, ha consolidado una presencia constante junto a la Iglesia.
Su historia es también la historia de una ciudad donde la fe, el trabajo, la palabra y el gesto silencioso todavía pueden articularse en una narrativa de sentido. Y donde la Iglesia no solo se pronuncia desde el altar, sino también desde los gestos de aquellos que, sin vestir sotana, se reconocen como parte del mismo cuerpo social.
Para Mar del Plata, donde lo religioso y lo social muchas veces se entrelazan, la figura de Aldrey representa la continuidad de una forma de presencia empresarial que no se desentiende del tejido institucional ni de las necesidades comunitarias. Su relación con la Iglesia no ha sido ocasional ni de conveniencia, sino parte de un vínculo más profundo que articula fe, cultura, tradición y ciudad.